El teatro del siglo XVIII

Como sucedía con la poesía, durante toda la primera mitad del siglo las formas teatrales que predominan son herederas del Barroco, tanto en temas como en formas. En la segunda mitad del siglo aparecerá lo que denominamos teatro neoclásico. Los caracteres que lo definen son los que siguen a continuación:
  • Intención didáctica. Para los ilustrados el teatro constituía el mejor medio de propaganda de sus ideas de reforma de la sociedad.
  • Sometimiento a las reglas. Algunas de las reglas que se aplicaron en la época son:
  • El argumento representado debe respetar la verosimilitud.
  • Guardar el decoro: los personajes deben comportarse, hablar y actuar de acuerdo con su sexo y condición social.
  • Respetar las unidades de lugar, tiempo y acción.
  • No mezclar tragedia y comedia.
  • No presentar escenas violentas, sino narrarlas en escena cuando sea el caso.
  • No situar más de tres personajes en escena a la vez, y no dejarla nunca vacía.
  • Eliminar el personaje del gracioso.
  • Utilizar un lenguaje claro.
Entre los escritores más destacados encontramos a Leandro Fernández de Moratín, autor, entre otras, de El sí de las niñas.
Existen tres tendencias en el teatro dieciochesco español:
  • Tradicional: Está formada por los dramaturgos que se ajustan aún al canon barroco. Especialmente importantes son los epígonos de Calderón. Triunfan -por lo tanto- las comedias de enredo, de magia, de milagros de santos y de historia. Para la aristocracia, se montan zarzuelas y óperas al gusto italiano
  • Popular: Los sainetes y Ramón de la Cruz son las verdaderas estrellas de esta tendencia. Ramón de la Cruz escribió tragedias y comedias en las que imitó singularmente a Pietro Metastasio, Jean Racine y Voltaire. Tradujo también obras de estos autores y adaptó algunos textos del teatro clásico español como Andrómeda y Perseo de Calderón e Ifigenia de José de Cañizares. Por último se consagró al sainete popular con gran éxito, de los que produjo más de trescientos, lo que le atrajo la hostilidad de los estilistas del Neoclasicismo, partidarios de un arte más idealizado y educativo. El propio Ramón de la Cruz intentó reunir su obra, que publicó en una colección incompleta de diez tomos durante 1786 y 1791.
  • Neoclásica: Adopta las nuevas modas que llegan de Francia. En consecuencia, se impuso la razón y la armonía como norma. Se acató la llamada «regla de las tres unidades», que exigía una única acción, un solo escenario y un tiempo cronológico coherente en el desarrollo de la acción dramática. Se estableció la separación de lo cómico y lo trágico. Se impuso la contención imaginativa, eliminando todo aquello que se consideraba exagerado o de «mal gusto». Se adoptó una finalidad educativa y moralizante, que sirviera para difundir los valores universales de la cultura y el progreso.
El autor más representativo de esta corriente fue Leandro Fernández de Moratín, creador de lo que se ha dado en llamar «comedia moratiniana», con la que ridiculizó los vicios de su época, en un claro intento de convertir el teatro en un vehículo para cambiar las costumbres.
Aunque normalmente olvidada por los libros de texto, el ideal de belleza neoclásico se encarna, sobre todo, en las tragedias, que por entonces eran entendidas como imitación de la vida de los héroes, sujetos más que otros por razón de estado, a pasiones violentas y catástrofes. Es un teatro que privilegia la estaticidad sobre el dinamismo y que se ajusta rigurosamente a las famosas reglas de las tres unidades (de tiempo, lugar y acción).
Los personajes se caracterizan por mostrarse constantes a lo largo de todo el drama al carácter o genio que manifestó al principio; es decir, son personajes inmóviles, que no evolucionan a lo largo de la obra.
El tragediógrafo neoclásico -fiel al espíritu de la época- rechaza toda la hinchazón culterana y adopta un lenguaje inspirado en esa sencilla nobleza que postulaba Kant. En las tragedias, ese ideal se realizó a través de un compromiso entre un lenguaje de fondo coloquial y prosaico y los recursos de la retórica, que intentaban realzarlo para conseguir el tono solemne, o sublime, que requería la calidad de los personajes. Esta gravedad la consiguen a través de un lenguaje muy metonímico y sentencioso. La pieza trágica neoclásica se califica preferentemente como opus oratorium, en el cual las réplicas de los personajes cuentan mucho más por las enseñanzas que dirigen al público que al desarrollo de la trama. Así, la tragedia se convierte en una función que esencialmente hay que oír. Además, al hablar, no dialogan verdaderamente con los demás actantes presentes en la escena, ya que se dirigen esencialmente al público.
Esta concepción dramática influye, naturalmente, en la puesta en escena y en la interpretación. Así, se le quita mucha importancia al decorado, se impone que los actores ocupen siempre todo el espacio de las tablas y que diesen constantemente la cara al público, cosa lógica, siendo éste el verdadero destinatario del mensaje.

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